ASESINAR UN MAESTRO ES ASESINAR EL FUTURO

Carlos Fuentealba
Maestro asesinado por la policía de Neuquén el 5 de Abril de 2007


De Fox-Calderón a Sobisch.
De Oaxaca a Neuquén.

El maestro es aquella persona de mérito relevante, según una de las tantas acepciones del Diccionario de nuestra lengua.

Ser maestro es un arte, una profesión y una vocación.

Un arte... porque cada grupo de alumnos y cada niño en particular, necesita una atención personal, que exige sensibilidad y originalidad.

Una profesión... porque debe comprender a los niños, a los jóvenes, saber quiénes son y cómo son y además tener el conocimiento de las distintas disciplinas que hacen a la enseñanza, manejar estrategias y metodologías y, por sobre todas las cosas, tener una cosmovisión del mundo y de su rol.

Una vocación... la necesaria para dedicarse por entero y volcar toda su sapiencia para contribuir a la formación de sus alumnos.

Arte, profesión y vocación es una ecuación cuyo resultado es el amor.

Amor a lo que se es y amor al semejante.

Amor que en la práctica sirve para “crear” el futuro, no sólo el individual (alumno), sino el futuro de la Nación, de La Patria.

Todo maestro deja huellas y trasciende entre sus educandos.

Maestro, profesor, educador, docente... es el que orienta, el que conduce, el que acompaña, el que comprende al otro y le ayuda a encontrar un camino.

El camino que ya él mismo alguna vez recorrió.

Maestro, profesor, educador, docente... no es sólo el que trasmite conocimientos; es quien posibilita que el otro los construya.

Es el que logra que sus dirigidos comprendan sus orientaciones y las hagan suyas, pero que también las modifiquen de acuerdo con sus propios pensamientos y sensaciones.

Maestro, profesor, educador, docente... es el que cree que el aula, la clase no tiene como fin único tratar un tema, es ese espacio, ese momento, que sirve para que se aprenda a resolver los problemas cotidianos que la vida presenta.

Para asumir esa actitud el maestro, profesor, educador o docente no sólo es comprensivo, sino que su comprensión va más allá de los hechos que observa.

Es de su naturaleza el involucrarse, el “meterse” en las causas y las consecuencias de los hechos y visualizar y proponer alternativas para mejorar lo observado y lo vivencial.

Y la maestría y el amor son inseparables y se retroalimentan.

Y todos sabemos que el amor construye y conduce al bien.

El amor es fuego, fuego que arde constantemente, y todo maestro, profesor, educador, docente, gracias a su fuego, no reniega de lo que es, ni reniega de su suerte y menos aún reniega de la vida. Ama la vida. Por eso hay quienes la cercenan.

Cercenan la vida de los que aman la vida.

Una tradición, con la que hay que terminar, es la falta de respeto por la vida.

Seiscientos docentes desaparecieron durante la larga noche del Proceso genocida.

Desde Oaxaca (México), pasando por Colombia y por el resto de Iberoamérica, son muchos los que dejaron su vida, regando con su sangre la larga y dolorosa lucha por las libertades conculcadas, por los derechos restringidos, por la igualdad de oportunidades.

Las políticas neoliberales, impuestas de facto, en el seno de las sociedades, han causado hambre, miseria, exclusión y muerte.

La educación en todos sus niveles ha sido bastardeada, menospreciada, y sus actores vejados.

La colonización pedagógica tuvo su playa de desembarco.

Avanzaron y coparon el territorio que no le era propio.

Planes de estudio a contrapelo de nuestras mejores tradiciones; infraestructuras deplorables; sueldos y condiciones de trabajo paupérrimas.

Y ante esto, toda reivindicación es reprimida violentamente.

Hoy Neuquén, en donde el disparo asesino de un policía, impulsado por el desdén a la vida, y conducido por estamentos gubernamentales impiadosos y reaccionarios, terminó con la juventud de un maestro argentino.

Acabar con la vida de un maestro es matar no sólo físicamente, sino matar ideas e ideales, y por sobre todas las cosas es la pretensión de los amos del poder de acallar para siempre toda protesta, toda indignación.

Hoy debemos indignarnos, porque asesinar a un maestro es asesinar el futuro.


Osvaldo Vergara Bertiche